Ayer, leyendo el periódico, me encontré con este artículo de Paloma Pedrero, que aquí transcribo. Hace días viene rondando por mi cabeza hacerme voluntaria
de “El teléfono de la esperanza” y creo que en septiembre iré a informarme.
Me quedo con la siguiente frase: “Opiniones
profesionales aparte, lo que hay que reconocer es que sea en casa, en la consulta o por teléfono, la gente necesita con ansia ser escuchada. Y lo necesita porque apenas nos relacionamos con hondura.”
Una pregunta a modo de reflexión, ¿por qué nos cuesta tanto abrirnos, hablar de verdad con los que tenemos al lado? ¿Nos avergüenza descubrir nuestro fondo? ¿Nos
ponemos una coraza simplemente para que no nos hagan daño? ¿Nos creemos que los demás no tienen ningún problema porque no lo cuentan y optamos por hacer lo mismo? ¿Pensamos que los problemas desaparecerán si no los
transmitimos, si “los dejamos pasar”?
Os dejo reflexionar con el artículo:
Hable, le escucho.
Eso dicen los locutores de la radio cuando hacen el papel de psiquiatras y ponen la oreja para escuchar a los desesperados nocturnos. En algunos países, en los Estados Unidos sobretodo, los psicólogos utilizan el teléfono o
internet para ayudar a sus pacientes, en especial a los que andan metidos en una maldita depresión y no tienen ánimo ni para acudir a una consulta. En Europa, salvo en Gran Bretaña, no ha llegado ese método. En España sólo
tenemos el teléfono de la esperanza que, por cierto, es una gran ONG, llevada por voluntarios, pionera en la salud emocional, que ha salvado muchas vidas que pendían de un hilo. Aquí el debate está servido, algunos psicólogos
dicen que la tecnología solo puede ser una herramienta más, que lo importante es la transferencia que se da cara a cara entre paciente y terapeuta. Otros expertos ofrecen datos y explican que las personas deprimidas abren su mente y corazón
con más facilidad a alguien que no les ve, sólo les escucha. Opiniones profesionales aparte, lo que hay que reconocer es que sea en casa, en la consulta o por teléfono, la gente necesita con ansia ser escuchada. Y lo necesita porque apenas
nos relacionamos con hondura. Porque vivimos en una sociedad sorda a los problemas ajenos. Porque unos pocos se pasan la vida hablando mientras la mayoría de la gente corriente apenas tiene posibilidad de opinar. Porque departir emocionalmente, de verdad,
sin impostura, se ha convertido en un acto complicado. Es una pena que muchas personas hayan de recurrir a profesionales para abrir su alma. Hay tanta ansiedad por estos mundos de progreso ciego que muchas veces más que escuchar lo que hacemos es una
pausa para que el otro termine su frase y así poder empezar con la nuestra. Cuando se pierde el sosiego se pierde la empatía, la capacidad de ponerse en otra piel, la maravilla de sentir con los otros. Tener que pagar para que nos escuchen no
deja de ser un desastre social. La constatación de un universo poblado de soledades.
Paloma Pedrero.